La producción, distribución y consumo de bienes y servicios produce Gases de Efecto Invernadero (GEI) que contribuyen al calentamiento global y, por ende, al cambio climático. La huella de carbono es un concepto destinado a identificar y medir el impacto de estas actividades con el objetivo de reducirlo. Toda persona, empresa, producto o actividad tiene una “huella de carbono” —que se mide en toneladas equivalentes de dióxido de carbono (tCO2e)— que es preciso reducir para limitar el calentamiento global.
A nivel mundial, se calcula que la huella de carbono por persona, en promedio anual, es de 4 tCO2e (en el caso de Estados Unidos se calcula en alrededor de 16 tCO2e, una de las más altas del mundo). En lo personal, podemos reducir nuestra huella de carbono mediante prácticas como evitar el uso de calefacción o aire acondicionado en nuestras casas, usar coches eléctricos o híbridos en lugar de autos de gasolina o diésel, no consumir plásticos de un solo uso y reusar o reciclar tanto como podamos. Las empresas pueden reducir su huella de carbono si en su producción mejoran su eficiencia energética, es decir si consumen energías limpias o renovables en lugar de combustibles fósiles, si sus plantas usan iluminación natural en lugar de luz artificial, si sus insumos son sobre todo productos locales, etcétera. El embalaje y la distribución de los productos de la empresa, en su caso la reutilización de envases, la adecuada disposición de los desperdicios, entre otras actividades, pueden ser también valiosas oportunidades para que las empresas reduzcan su huella de carbono. Cada una de las etapas de la producción y distribución de un determinado bien o servicio es susceptible de ser revisada con miras a reducir su huella de carbono y por lo tanto su impacto en el calentamiento global.
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